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¿Estás o no estás?

3 de junio de 2012

Pescador de agua dulce

Aún recuerdo aquellos tiempos, allá hacia los setenta, cuando conocí al viejo pescador de agua dulce.

En aquella época yo tenía la edad de 23 años. Fue en el puerto de Barcelona por la noche donde lo vi por primera vez: un pobre viejo sentado en la robusta y llena de algas malolientes plataforma que daba a la playa del puerto; allí se encontraba de espaldas a mi, con una cerveza medio llena, un pequeño congelador con pocos cubitos de hielo, su bocadillo de jamón y su pobre caña de pescar llena de moho. Parecía que durante al menos tres días no se duchaba y que llevase una semana sin cambiarse la destirpada ropa.                                                                                                Fue entonces cuando me acerqué a él sigilosamente oyendo y sintiendo cada vez más cerca la brisa y el olor del mar. Al acercarme se asustó y me miró extraño. Le saludé con un simple gesto moviendo la cabeza y el me lo devolvió mientras me echaba el ultimo vistazo de los pies a la cabeza. Me senté a su lado y le pregunté que hacía allí, a tan altas horas de la noche cenando tan solo e intentando “pescar”. Él simplemente se limitó a sonreír y tan solo me contestó que era la decimotercera persona del día que le preguntaba lo mismo. Yo me quedé sorprendido y rápidamente me contestó que ese era su triste oficio, el de pescador. Y que simplemente se limitaba a hacer su trabajo.                                                                                                        Allí fue donde me quedé muy sorprendido ya que ningún tipo de pescador se ganaba la vida a la orilla del mar con una triste y deformada caña de pescar sardinas. Así que sin pensármelo dos veces le solté lo que pensaba y le pregunté. Él me contestó entonces, ya seriamente, que era un pescador retirado que tan solo comía lo que pescaba y, que algunas veces conseguía robar algunas barquitas de clientes del puerto y podía pescar a alta mar y vender el pescado para sobrevivir, y que luego las devolvía a su amarre. Le habían echado del trabajo hacía ya dos años y no tenía adonde ir. Fue verdaderamente extraño ya que me lo contó con mucha naturalidad y seguridad, y no supe que responder. Él prosiguió: “no me importa tener trabajo o casa si puedo pescar, comer y mantenerme en pie. Mi padre murió hace 26 años y lo único que me enseñó fue a pescar. Yo no sé leer, ni escribir, sólo se pescar y me divierte. Mi madre murió al dar a luz”. Me quedé petrificado.                                                                                                                                                         Al cabo de unos 7 segundos, me dijo al ver que me había quedado sin palabras: “cambiando de tema, ¿ y tú que haces aquí ?” Yo le contesté que había ido a una taberna de al lado del puerto a tomar unas copas. Al darme tantísima pena le pregunté si quería venirse a mi casa a dormir hasta que consiguiera un trabajo, pero audazmente me dio las gracias y prefirió quedarse donde estaba, y dijo seriamente que no se movería de allí hasta que no hubiese pescado todos los peces del puerto. Me despedí deseándole suerte y dándole las buenas noches. Él me las devolvió y añadió que la suerte ahora, estaba de su parte ya que podía hacer lo que quisiera, que era libre y que tan solo tenía que preocuparse de alimentarse con lo que le divertía, es decir, pescando peces.


Ahora, después de 35 años, aproximadamente, cojo este maldito y asqueroso diario, y tan solo me queda leer que un viejo pescador, muere al lado del antiguo puerto de Barcelona después de no moverse de allí desde más de cuarenta años. La gente lo ha reconocido como “el marinero del puerto” ya que nunca se movió de allí y se familiarizó mucho con la gente de los alrededores.                                                                                                                                                              Nunca le pregunté su nombre, ni que edad tenía, ni de donde era. Pero lo que más me inquietaba es si ese pescador era él. Sin duda, era él, el pescador con un objetivo claro: subsistir haciendo lo que le gustaba, es decir, siendo feliz. A partir de aquí es donde empiezo a recordarlo como el pescador de agua dulce. De agua dulce porque la vida de este señor era dulce, tan dulce como el fruto de lo que sacaba del mar, el mar de agua dulce; con una triste caña, triste como su vida, visto claro está, desde el punto de vista de la gente inocente, de la gente, desgraciadamente, normal y corriente. En definitiva, aunque quizás yo y pocos más seamos los únicos que pensemos que este señor es el jefe de la felicidad, me alegra que haya gente que no sea un amargado intentando ser el mejor o intentando tener la vida perfecta para ser feliz; que hay gente que sólo hace lo que le hace ser realmente feliz, y que esto sea una tarea tan sencilla como pescar. Diciendo otra vez: sencilla como pescar, desde el punto de vista inocente, claro está.

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