Cuando alguien se muere, ¿dónde va? ¿y dónde se almacenan las grandezas de un alma? ¿o de dos?
Es probable que los recuerdos te ronden, que te niegues a la verdad, a la realidad, pero en definitiva la muerte es una losa tremenda que deja en silencio todo. Lo que fuimos, lo que quisimos ser, lo que nunca podremos llegar a ser
Aquel día estaba allí, frente a ti, con mi alma muda y mi mente en blanco, dejando que aquella lluvia me empapara por dentro y por fuera. No podía evitar sentir esa pena honda, la que se aloja en nosotros cuando perdemos un pilar en nuestras vidas, y tal vez fue esa pena, mi locura o mi necesidad de volver a sentirte, la que hizo que te materializaras frente a todos, mirándome a mí
Nunca hubiera creído en nada si no lo hubiera vivido, así que nunca hubiera creído en el amor, si un rayo de luz no me hubiera iluminado una tarde de mayo hace ya demasiado tiempo. Así soy, esa es mi filosofía, ver para creer. Tú, aquel frío día de enero, me enseñaste que hay cosas reales, que se escapan a la propia realidad
Todo empezó como casi siempre desde hace unos años. Ya conozco la sensación de cuando va a pasar algo: un soplido en mi pelo, una caricia en la mejilla... sabía que no estaba sóla, pero ¿quién iba a imaginar que me llamabas?
Levanté la cabeza y te ví allí, erguido. Reconozco que sentí miedo, me quedé más paralizada aún de lo que estaba. Mis pies parecían casi raíces en esa tierra que tanto amaste, mis brazos no podían estar más pegados a mi cuerpo y mi cara en tensión y blanca, auguraban un futuro desmayo
Me balanceé, parecía que perdía el equilibrio... me agaché, respiré y me froté los ojos porque no sabía si era un sueño lo que estaba viviendo. Al abrirlos de nuevo, casi no quería ni mirar por si estabas o por si no estabas, no sabía qué era más doloroso para mí. Estabas y seguías mirándome entre todos con esa medio sonrisa de paz que siempre tuviste para mí
Miré a mi alrededor, por si alguien más te veía, por si en vez de mirarme a mí, mirabas a otros... era a mí y nadie más se había percatado de tu presencia
Sentí un escalofrío, pero uno de esos que te recorre la espalda entera, uno de esos tan parecido a cuando estás cerca de la persona que amas. Era una mezcla de miedo, pánico, dolor, ganas de colgarme a ti darte un beso y decirte: no te vayas. Quería hablarte, pero las palabras se quedaban enganchadas en la garganta, secas
Intenté salir de mi miedo para decirte un te voy a echar de menos, pero la congoja era más fuerte que yo.
No sé qué pasó en la media hora de después, sé que me mirabas y sonreías y esa sonrisa iba tranquilizando mi alma torpe. Yo te miraba y casi no quería ni parpadear pues sabía que en cualquier momento desaparecerías. Tu mirada me traspasaba, me regaba de cariño, podía sentir cómo mi pena y el dolor por perderte se iban diluyendo en mí, cada vez iba siendo más fina esta amargura, aunque no se fue del todo porque no podía cambiar la realidad, no podía hacer que volvieras a esta vida en la que fuiste tan feliz, a pesar de ti, a pesar de mí y a pesar de las veces que sentada en tus rodillas, me hiciste creer que podría lograr lo que quisiera, hasta la luna si hiciera falta, pero ahora había una realidad frente a mí, que no podía cambiar
No continué viendo el final de aquello, me salté el protocolo. Preferí irme, pues tú ya me habías dado lo que en ese momento necesitaba y en verdad ¿para qué ver el final de algo que en verdad no ha acabado? Me aseguraste que siempre estarías conmigo y como por ahí dicen, nadie muere del todo, mientras alguien lo recuerda
Siento que la muerte me paraliza, pero no te borra
Tengo más de un millón de sueños debajo de mi almohada, un montón de sonrisas para regalar y demasiados vicios caros. Tengo las historias de amor grabadas en cada lunar de mi cuerpo, los labios rotos desde que te fuiste y todos tus regalos adornando mi habitación. Tengo la rutina puesta en mi lista negra y sueño más despierta que dormida.
Me gusta el chocolate y las películas románticas. Lloro demasiado y me río con facilidad, voy con las uñas mal pintadas y me cuesta encontrar el regalo perfecto. Pierdo las cosas y las encuentro cuando ya no me sirven, suelo tropezar y caer continuamente. 
