Hijos de la luna

Estábamos bajo un árbol, mi pequeño bicho y yo. Ese pequeño bicho es mi hermana. Estamos esperando a que ocurra algo interesante. Ambas sabemos que la vida y el tiempo es aquello que pasa mientras vamos haciendo otros planes. Ella esta jugando con su xilófono, cogía los palitos y comenzaba a tocar notas aleatorias, pero que componían una melodía infantil. Yo mientras leía un libro, pero me canse y paré. Empecé a recordar cuando yo era también un pequeño bicho, mi juguete favorito no era un juguete, bueno sí, tenía una enorme colección de mini-animales con las que hacía filas interminables que tenía que juntar en un círculo enorme, pero no tan grande como los anillos de Saturno.

 Mi juguete favorito era bailar, bailar cualquier cosa. Las tardes de mi infancia se basaban en miles de canciones. Imaginaba que cuando tuviera ocasión me apuntaría a una academia de baile y no saldría nunca. Quería, cuando fuera más mayor, dar clases e incluso formar parte de un grupo de baile y protagonizar un musical. Eran, son y serán mi sueño, por eso, cada ocasión que puedas, baila.

                                                                               

De repente mi hermana se ha levantado y ha echado a correr. Corro tras ella ya que si cae, la ayudaré a levantar. Llegamos exhaustas al final del valle, desde donde divisamos el mar, el sentimiento de felicidad que nos invade es inmenso. Nos inunda las mentes de una manera en que te das cuenta que no lo tienes todo pero que al mismo tiempo, sí lo tienes. Sabes que el mundo no es perfecto, que hay guerras pero tienes unas ganas enormes de comerte el mundo y que nada te pare.


Pero volvemos a mi hermana, ha visto una enorme rosa azul; ni roja ni rosa, azul. Se pensaba que era la enorme y redonda luna, y al ver la rosa se ha llevado una pequeña decepción, pero al final ha entendido que todos somos hijos de la luna.